Confesiones.

04.08.2024


Ante el ordenador, tras una jornada ebrio de su compañía, luchando por aspirar; otra noche más que tuve el premio de conocer la genuina felicidad. Pero aquí, reinando en mi imperante soledad, no me siento dichoso. Siento que era más feliz antes de ser feliz.

Puesto hasta las trancas de la medicación de mi bodega, siguiendo la prescripción de mi barman de (des)confianza. Soy un borracho, un dios de la ebriedad y la falsa soberbia. Toso, esputo, vomito; la inmundicia de la carne tratando de no pudrirse demasiado pronto. una lucha contra el tiempo, una derrota anunciada.

Pero escribo, ¿a quién puede interesar toda esta monserga? A nadie. Escribo desde mi atrocidad sobre mí, para mí; escribo sobre ella, para ella. De ella. Es la única palabra que conozco capaz de hacerme detener por un momento. De reducir las pulsaciones por minuto. Es la maldición del taquigráfico.


Un trago. Necesito recomponer los trozos. 


Y es que detesto con cada ápice de esta maldita y marchita alma el ser escritor, el ser poeta, el ser incapaz de dejar estas nauseabundas letras. Cada palabra escrita es una rúbrica de esta maldición, de este despropósito, de esta contradicción. Escribo. No puedo odiarme más. Y bien no lo sabe ella. Ella no sabe nada. Jamás debería saberlo. Esta confesión en ese aspecto es todo un riesgo. una herejía ante su inhóspita inocencia. 

¿Cómo no odiarme como escritor? Pues si escribo es como mal placebo de la felicidad, la metadona de un pobre infeliz que desconoce cuánto podría obtener de un instante de genuina felicidad. Afirmo, con tremenda rotundidad, que si fuera otro mierda feliz, de mis entrañas no se desangraría ni la más rebelde de las letras, toda la tinta se quedaría escondidita recorriendo ignorante mis venas. Pero mi suelo esta regado por la sangre que me reniega. 

Confieso que ella me hace feliz. Cinco minutos bastan. Diez minutos posiblemente me hicieran explotar.

 Confieso, que esta confesión es de un triunfo: Mi fracaso a ella le hace prosperar.

Confieso, que al verla. No sé. Murieron las palabras. El escritor murió por felicidad.

Confieso, que al acercarse. No sé. Murieron las ansiedades. El cínico murió por felicidad.

Confieso, que al bailar. No sé. Murió el tiempo. El ayer y el mañana murió por felicidad.

Confieso, que al tocarla. No sé. Morí. El hombre murió por felicidad.

Confieso, o creo confesar. No tengo nada más que confesar. Las palabras son mentiras. Ella es la asesina de toda verdad.



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