Rodrigo y el absentismo.

14.07.2024

Os presento otro capítulo de un proyecto que tengo entre manos: 

Manual Técnico de Reparación de Lavadoras. 


En su decimonoveno cumpleaños Miguel tenía un objetivo claro en mente: Cogerse un ciego tan gordo que se convertiría en el principal objetivo de fichaje por parte de la Once como imagen corporativa. Para tan espinosa tarea se había comprado en su chino de confianza un par de botellas de ron con la etiqueta en sinogramas, una refrescante Kekou Kela, una bolsita de hielo bien guardadita en una nevera portátil preparada para la ocasión y de colofón tenía reservada en el coche la auténtica bestia, una revienta hígados de primera división: Absenta negra DuskDeep, una barbaridad compuesta por un 91% de alcohol puro y 7% de alcohol sintético, todo ello dispuesto a corromper cada célula hepática y cada gramo de lucidez. Y para disfrutar de tan notables manjares contaba con Gonzalo, su inseparable compañero de penurias, borracheras y puterío. No obstante, por primera vez, este parecía haber dado su brazo a torcer mostrando una determinación de responsabilidad y sacrificio sin precedentes (ni postcedentes).

  • Cabesa, está noche puedes jincharte bien de cerveza que yo cojo el coche; hoy es tu día, disfrútalo joder, con suerte hasta pierdes la virginidad y todo -le había dicho Gonzalo por teléfono.
  • Eso pregúntaselo a tu prima.
  • Eso que le hiciste durante diez segundos no cuenta ni como preliminares, acéptalo de una vez.

Aquella noche de sábado Miguel había aparcado su Citroën Xsara celeste en un descampado cerca de su templo habitual del bebercio, dejando a buen resguardo en el maletero la botella de absenta para poder darse el homenaje después. Lo único que lamentaba aquella noche era la ausencia de su inseparable Eduardo. En un descuido su padre le había pillado manos en la masa con la suscripción Premium a MilfsTeutonas.com. Del rebote que pilló le tuvo castigado tres semanas recluido sin internet en casa. Por suerte para él, su padre aún no había descubierto las 168 revistas de playboy escondidas en los cajones. Cuando volvió a ver la luz del sol, uno de sus brazos padecía hipertrofia y todos sus calcetines estaban acartonados.

Dejando de lado aquel pequeño borrón en su celebración puso rumbo hacia su santuario "La guarida de las Marmotas"; un garito anodino, oscuro y estrecho donde solían revolotear los jovenzuelos en busca de refresquitos, florecillas y, en contadísimas ocasiones, alguna cerveza, por supuesto sin alcohol. Todo ello bajo el respeto absoluto de la normativa sobre el consumo de alcohol en menores.

Tras la barra pegajosa, junto a un grupo de críos que dilucidaban sus capacidades amatorias prepúberes, Miguel pudo distinguir a Daniel "Aragorn, elderbar", como Gonzalo lo había apodado un día que acabó con la policía precintando el local tras la tremenda somantapalos que Daniel le había propinado a Gonzalo tras repetirle unas cien veces aquel apodo en un lapso inferior a la media hora (tremenda paliza, ¡y con motivo!).

Daniel era un ejemplo más del éxito del egregio sistema educativo español. Licenciado en empresariales en la Complutense de Madrid con honores y tras pasar dos años realizando un Master en la misma (con su consiguiente desembolso en matriculación) había tratado de ascender en el ambiente corporativo como un auténtico tiburón; un hombre que soñó con moverse como pez en el agua en la bolsa de valores, y ahora se contentaba con controlar las bolsas de hielo. Tras años paseando su título universitario por múltiples empresas, que le exigían ser un alto elfo Noldor con diez millones de años de experiencia en el sector, decidió sustituir la existencia de títulos de su currículum por su curso oficial de mamporrero avanzado.

  • Felicidades macho, ¡ay Miguelito! 19 añazos ya. Yo nunca he sido mucho de celebrar estas cosas. –Ya tuvo que salir el típico rancio anticumpleaños, es que no fallan-. Los únicos cumpleaños buenos son los de las botella de vino. En fin, ¿quieres tu licor de moras de siempre?
  • No, hoy quiero algo más fuerte.
  • ¿Un licor de manzana entonces?
  • Hoy te has levantando gracioso. ¡Eh Daniel! El Luisma se debe estar partiendo y mondando en el Bar Reynolds (véase Aída[1]). Mira, hoy me vas hacer un Picasso.
  • Sí claro, tú vete comprando los oleos y la brocha, que en cinco minutos te lo tengo rematado.
  • ¡Qué no ostias! Que es un chupito. Anota alquimista, tienes que echarle tequila, ron, canela, un chorro de Puleva de chocolate…
  • Aquí tenemos Choleck de chocolate.
  • Y una pizquita de Vodka para darle sustento.
  • Una indigestión te va a dar.
  • Tú ponme uno, que hoy es un día para celebrar.
  • Yo por si acaso voy a llamar al Instituto de Toxicología, antes de darnos el susto.

Por su parte Gonzalo, que acababa de hacer acto de presencia en la terraza del bar, se estaba jactando delante de unas damiselas de su increíble talento para el cunnilingus aprendido por un maestro cebollero durante cierta comunión algo atropellada. Tras una hermosa gesticulación con la lengua a la cual una de las muchachas agradeció con una ducha gratuita de su roncola y un cuenco lleno de frutos secos Gonzalo se acercó a la barra con un pistacho en la oreja.

  • ¡Aragorn, qué sean dos! –dijo mientras se secaba la camisa con unas toallitas perfumadas de limón.

Daniel se le quedó mirando durante un segundo imaginando mil formas diferentes de amputarle el pene con un abrelatas, pero guardándose sus pensamientos para sí consciente que la amenaza de demanda por agresión seguía revoloteando por el aire.

  • Tío, pero tú no decías que no bebías esta noche, que ibas a conducir el coche.
  • Coño, uno sólo para calentar y preparar el estómago a los Red Bulls. ¡Qué marcaje macho, que pareces Pepe!
  • No sé yo.
  • ¿Pero cuándo te he fallado yo?
  • Venga Daniel, sírvete dos.

Pronto Daniel mostrando una (in)creíble (in)capacidad comenzó a mover la coctelera con cierto desparpajo. Tras el tercer intento y casi descalabrar a Miguel de un botellazo en mitad de la sien sirvió los Picasso con mucho cuidadito en vasos de chupitos.

  • ¡Por Miguel, el primer pureta virgen del pueblo! –vociferó Gonzalo levantando su vaso.

Los tres levantaron los chupitos ante la atenta mirada de un Daniel que anonadado (del que se le ha quedado el culo hecho Pepsi cola, de ahí que el ano sea capaz de nadar) perjuraba para sí haber servido únicamente dos vasos; brindaron realizando ese extraño (e inútil, tal como la implacable evidencia ha demostrado con Gonzalo) ritual del "El que no apoya, no folla" antes de pimplárselo de un trago. Daniel recogió los tres vasos vacíos haciendo un repaso mental rápido de la tabla del uno hasta el diez.

Pues el tercer vaso sí tenía una explicación: Efectivamente, Juan Basilio estaba allí, como era costumbre, sin hacerse notar, era el hombre invisible; no se sabe cuándo ni se sabe cómo, pero Juan Basilio había hecho acto de ¿presencia[2]?

Retomando el hilo de la historia: El mejunje se hacía bola y se arrastraba por la garganta como si fuera potaje de la abuela. Estaba asqueroso, sin embargo dejaba un regustillo muy agradable cuando por fin desfallecían de pura desidia las papilas gustativas.

  • ¡Al menos ya no podemos tomar nada peor! (Error de novato Miguelón, error de novato).

La noche prosiguió en sus devaneos naturales y los tres muchachos continuaron deambulando de aquí para allá por la guarida tratando de aportarle algo de sentido a su vida y a su inminente ciego. Ocasionalmente Miguel interrogaba con la mirada a su amigo Gonzalo, el cual le respondía con una sonrisa burlona y brindando con la copa arriba; la cual tenía sospechosamente demasiado hielo para tratarse sólo de red Bull. Por su parte Juan desaparecía de la vista para emerger mágicamente de una esquina diferente cada vez que se le acababa una cerveza o para reír alguna gracieta de Gonzalo. Miguel comenzó a sospechar aquella noche, con el inestimable apoyo de todos aquellos litros de alcohol, que su amigo en realidad era una criatura interdimensional conocida como el "chucho de Tíndalos"; no podría confirmarlo hasta el día de la boda de Juan, el cual desapareció a través de uno de esos extraños portales cuánticos que era capaz de abrir; no obstante exponer en detalle esta historia requeriría una saga más larga que detective Conan.

La noche estaba alcanzando el momento crítico cuando Miguel, que venía de descargar la vejiga, encontró a sus compañeros de juerga conversando acerca del erotismo y de oportunidades de negocio vetadas para los simples mortales.

  • A ver, que trabajar en una webcam porno debe ser superduro. Tú imagínatelo Juan, tol puto día empalmado. ¡Joder! Que yo a la segunda paja ya estoy agotado y a la tercera tengo que echarme visvaporú pa que no se me inflame todo el asunto.
  • No le falta a usted razón –respondió Juan Basilio mostrando un pico en su nivel de proactividad.
  • ¡Pero tú no decías que no ibas a beber! ¡Qué cogías el coche!
  • ¡Man liao! Eso el hijoputa del Aragorn que me está echando los Red Bulls cargados.
  • ¿De qué? ¿De whisky barato?
  • Era sólo uno, pero es que me lo ha echao a mala conciencia. Así hasta arriba. Dos, dos gotas de red bull me cabían en el vaso. Tío, lo siento pero me parece que vas a tener que coger tú el coche. Qué me noto perjudicao.
  • ¿Con uno? ¿Pero cuántos te has bebido en media hora?
  • A ver, que si en un vaso sólo entran dos gotas de Red Bull; pues me hará falta otra copa para terminarme la lata, ¿no? Una copa, o dos, o yo que sé. ¿A mí qué mierda me preguntas? Pregúntale al de la barra, yo hace un rato que no sé contar.
  • ¡Amó, no me joda!
  • Cabesa, culpa tuya diciendo que invitas.
  • ¡Pero cuando he dicho yo eso!
  • Hombre, es tu cumpleaños, se da por entendido.
  • Yo te mato.
  • ¡Rodri, hermano!

Con su arte natural para cambiar de tema Gonzalo apartó al cumpleañero de un empujón derramándole la mitad de la copa y fue derecho a la puerta por donde entraba la estrella de este capítulo. Rodrigo era un tipo engominado, con una barba de tres días perfectamente perfilada, mandíbula cuadrada digna de un actor de Hollywood y nariz algo puntiaguda, impolutamente vestido con pantalón de pana oscuro, chaqueta a juego y una camisa blanca intachable abierta por la altura de los pezones para mostrar que era un hombre de la vieja escuela y sufría de un caso agudo de alergia a la cera depilatoria. Miguel había oído escuchar ocasionalmente sobre aquel hombre legendario al que todos tenían como un tiburón de la noche (sí, mejor parar con tanta zoología marina, que comienza a parecer esto Selwo Marina entre el tiburón de la bolsa, el tiburón de la noche, el par de besugos y la manta rayas del baño), no obstante nunca había tenido el placer de verlo en acción cara a cara. Según le había contado Gonzalo, los bardos cantaban fábulas sobre él: Decían que ningún mortal que lo había acompañado de fiesta había sobrevivido para contarlo, y que en la última feria de la localidad había recorrido todas las carpas acechando desde la maleza a toda mujer cuarentona con tacones que, incautas, caían en sus afiladas garras (y en otra extremidad igualmente afilada), para finalmente devorarlas sin dejar nada en su furgoneta de segunda mano preparada expresamente para ello. Todo ello dejando tras de sí decenas de hombres atendidos por los sanitarios al borde del coma etílico. Pero claro, Miguel le había preguntado insistentemente que si nadie sobrevivía a esas correrías quien era el que contaba aquellas leyendas, a lo cual Gonzalo siempre contestaba con un críptico "Lo hizo un mago". No obstante toda leyenda, hasta la más fantasiosa, tiene un conato de realidad tal y como Miguel iba a comprobar en sus propias carnes.

  • Mira, Rodri este pamplinas que ves aquí es coleguita mío. Os presento, Migue, Rodri, Rodri, Migue. –Sin mediar resuello Rodrigo le cogió la mano a Miguel zarandeándosela como si estuviera tocando la zambomba para los villancicos del pueblo–. Y encima, fíjate tú la casualidad, hoy es su cumpleaños, alguna vez te he tenido que hablar de él.
  • La verdad es que no me suena de nada, pero es todo un placer macho. Así que tu cumpleaños. ¿Cuántos caen?
  • Diecinueve. Pa veinte.
  • Buah, un pipiolo. ¡Esto hay que celebrarlo! Dani ponte unos cubatas por aquí.
  • ¡Eso digo yo! –gritó entusiasmado Gonzalo.
  • Brindemos, ¡por el sexo, el alcohol, el dinero, y el trabajo!
  • -¿El trabajo?
  • Claro, por si algún día tengo que renunciar a algo

Y con esa naturalidad y una cara dura digna de un gitano que dirige un lavadero de coches es como se acopla un hombre a un cumpleaños. Tras otras tres rondas más donde ni Gonzalo ni Rodrigo parecían privarse de lo más mínimo que le demandara el cuerpo y tras una serie de sospechosas y continuadas visitas al cuarto de baño por parte de Rodrigo, se fue cerniendo sobre ellos las 3 de la madrugada; y como bien recordaba Gonzalo cada cinco minutos, el cuerpo iba pidiendo un poco de merenguito y salseo. Rodrigo fue por decimonovena vez al aseo mientras Miguel se dispuso a pagarle a Daniel todas las autoinvitaciones que sus amigos habían tenido a bien autoadjudicarse. Total, "un día es un día" pensó.

  • Toma, cincuenta euros. Hoy estoy generoso, la vuelta para el bote.
  • ¡Qué vuelta ni qué mierda! Me faltan quince pavos.

Los cuatro mosqueteros se dirigieron al aparcamiento tambaleándose, pero manteniendo el ánimo alto gracias al cancionero popular de la época: "Opá, yo viazé un corrá" e "Irene tiene pene" que sonaba a toda pastilla procedente de un vehículo aparcado en las proximidades, siendo la delicia para todo los vecinos que absortos por tan bellas melodías se arremolinaban en los balcones refrescando e higienizando, como muestra de sincero agradecimiento, a los calurosos viandantes con cubos de agua y lejía.

Al acercarse al coche Miguel abrió rápidamente el maletero en busca de la joya de la corona de la noche en forma de carisísima botella de absenta; simultáneamente sus compañeros, con el acoplado Rodrigo incluido, se subían a los asientos mientras discutían quien era merecedor de ocupar el asiento delantero. Tras algunos desvaríos Rodrigo ocupó aquel particular trono; Juan Basilio y Gonzalo se arrojaron a los asientos de atrás con la habilidad de una morsa tetrapléjica.

Para su sorpresa en el maletero Miguel no encontraba ni rastro de la botella de absenta, de hecho no encontraba indicio de ninguna de las botellas. ¡A ver si se las había bebido todas antes de salir de casa y con el ciego se le había olvidado!

  • Cabesa, desde cuando cojones tienes una silla de bebé en el coche. Se me está clavando en pleno ojal el reposabracitos –gritaba Gonzalo comenzando la sarta de disparates.

¿Pero beberse él solo de una tajada semejante remesa de material alcohólico sin necrosar el hígado en el proceso? No, esa historia no tenía ningún sentido.

  • Buah, está guapo el escudo este del Atleti que ties aquí en el salpicadero. Está como cosío o pegao. ¡A ver si puedo arrancarlo con la uña!
  • Estáis ciegos lumbreras. ¿De qué mierda estáis hablando? Si soy del Rayo Vallecano de pequeñito.

Y dónde carajo estaba la maldita absenta y cuando había metido en el maletero una bolsa de maría junto al gato del coche se preguntaba Miguel. ¿Y no había traído una nevera portátil?

  • Bueno, ya habéis hecho el pamplinas bastante, ¿no? –expuso ásperamente un hombre que llevaba una niña de unos dos años de la mano.
  • ¿De qué hablas? –contestó Miguel que aún mantenía un atisbo de sobria lucidez.
  • Pues de tres subnormales fisgoneando en mi carro. Sí, no me mires con esa cara de subvención. ¡Este es mi coche! ¡Es que no puedo llevar a la niña a mear ni un segundo!
  • ¿Equilicuá?
  • Tenéis un minuto exacto para iros de aquí por patas o lo próximo que haréis será buscaros modelito de silla de ruedas.

Un par de cables se cruzaron en el cerebro de Miguel causando un leve chispazo, con evidente cara de simpleza le echó una ojeada a la matrícula de aquel Citroën Celeste. Un segundo después, iluminado por una verdad superior, miró a unos diez metros a la derecha donde había aparcado otro Citroën Xsara del mismo color y la misma capita de mierda por encima. Volvió a mirar al hombre que tenía delante al que se le estaban hinchando peligrosamente las venas del cuello por momentos, un musculoso cuello sea dicho. Aquel aberroncho de músculo vestía la equipación del Atlético de Madrid con el dorsal 24 de Demichelis (jugador histórico y mitiquísimo para el que la afición colchonera lleva eones exigiendo una estatua digna frente al Metropolitano), camiseta que por otro lado parecía que podía reventar en cualquier momento por la tremenda presión que ejercían dos pectorales hercúleos y un par de bíceps sobredesarrollados; aquel tipo parecía el hermano mayor adicto a los esteroides de Jhon Cena. Con una mano sujetaba a su hija y con la otra una tubería de cobre que se había salvado a las innumerables redadas de rumanos de la zona.

  • Chicos, chicos, ¡CHICOS! –Tras el tercer estertor finalmente los bellos borrachines parecían atenderle-. Creo que nos hemos equivocado de vehículo, debe ser de este amable caballero.
  • Más te vale no haber tocado ni un solo gramo.
  • Yo sólo fumo naftalina para las polillas, tiene más saborcillo. Usted por eso no este inquieto caballero.
  • Arrieritos somos y por el camino nos veremos.
  • No, yo soy benamaurlense, nació en Graná con to su mala follá, sabe usted –contestó con innecesario atino Rodrigo.
  • Es retrasado. Ya sabe usted, su tío era también su padre. Cosas de la endogamia del interior.
  • Aire.
  • To pa usted –aseveró Miguel en una semi-genuflexión mientras arrastraba de la pierna a un Gonzalo que parecía haberse quedado encajado en la sillita de bebe. –Nosotros nos vamos llendo, que ni siquiera existe.

Con premura y algún que otro empujoncito, con patada incluida, fueron alejándose de allí en dirección hacia el coche correcto.

  • Espero que no miré la puerta trasera porque con tantos tirones y empujones se me ha desajustado algo en el esófago y se lo he dejado to potado. Una cagada de pterodáctilo parecía aquello.
  • Tira, tira Gonzalo. ¡Tira!

Tras acercarse al que, ahora sí, parecía ser el Citroën correcto, y escuchar a lo lejos una voz cruel arrastrada por el viento que llegaba a entonar un "Lo acababa de lavar"; Miguel rebuscó en el maletero y para su inmensa satisfacción allí estaban las botellas y la nevera. Sacó unos vasos y comenzó a servir unos cacharros a sus compañeros, aunque no sin resentimiento cuando Gonzalo le pedía que echara el suyo un poco más largo. Si total, ya era totalmente imposible que pudiese conducir él. De hecho ya resultaba sorprendente que fuese capaz de respirar y andar a la vez. Se estaba sirviendo el suyo cuando Rodrigo ya venía exigiendo un segundo cacharro como si estuviese deshidratado por correr la maratón. Miguel volvió a mirar a su amigo Gonzalo con profundo escozor.

  • Este amiguete tuyo que se nos ha acoplao, ¿Me recuerdas de qué lo conoces?
  • Cabesa, fue el primer novio de mi prima. La rubia.
  • ¿Melisa? ¿La bollera?
  • Sí, esa misma.
  • No acabaron bien la relación, imagino.
  • Imaginas muy bien.
  • Y dime, ¿siempre se comporta de esta manera? Porque aquí tu invitao no se está privando de nada. Especialmente cuando lo estoy pagando todo yo.
  • Es que es un fiel devoto del todopoderoso dios Azteca "Topami", el dios de la generosidad –alegó Gonzalo con un profundo trasfondo de frikismo que explicaba porque con todas sus novias había interactuado exclusivamente a través del chat del Wow.
  • Tío, tenía reservado para luego unos chupitos de absenta. Esa botella son palabras mayores, me ha costado la paga de un mes. Y no conozco de nada a este Rodrigo.
  • Que sí, que es el ex de mi prima y de haber estado toda la noche en la Guarida.
  • Digo aparte de eso. Que parece que te dio demasiado el sol al nacer.
  • Tú hazme caso, que es buen chaval. Mi prima es que fue muy pejigueras con él. Cabesa, tú dale una oportunidad al mozo. Si es un peazo de colega, ¿cuándo te he fallado yo?

La mirada de profundo desprecio de Miguel ejerció de respuesta.

  • Enga, relájate ostias. ¡Qué es tu cumpleaños! ¡Alegría!
  • Alergia me estás dando. ¡Qué no quiero invitarle también a la absenta, joder! ¡Bastante me ha sacado ya el sanguijuela ese!
  • No seas miseria, ni que te fueras a quedar pobre por un chupito de nada. Si él casi ni bebe.
  • ¡Perdón! Esto… Mario, ¿no? Échame otro cacharro que esta tarde estuve en el gimnasio y ando un poco falto de líquidos –exclamó Rodrigo a lo lejos mientras discutía con Juan acerca de el fetiche de Tarantino por los pies llenos de mierda.
  • Este tío es un gilipollas.
  • Anda, quita que ya le sirvo yo que tú estás muy tonto. ¡Qué mala se te está haciendo la crisis de los veinte y aún te queda un año! Y saca esos chupitos recontra.
  • Esto es culpa tuya.
  • Que sí, que sí pesao. Mea culpa.

Gonzalo se sirvió un par de cacharros de ron casi hasta arriba con un ligero revestimiento de coca cola. Sin tenerlas todas a su favor Miguel sacó de debajo de la rueda de repuesto su flamante botella de Absenta negra DuskDeep Reserva Jacques Monair, precio de mercado 44'99€ sin IVA, comprada de importación con dos meses de antelación y que había tenido protegida en algodones. Cada vez que la había desplazado en su cabeza habían aparecido cientos de escenas a color de caídas de objetos y de botellas haciéndose pedazos. Miguel estaba en su casa con sus 10 kb/s de internet intentando descargarse una porno y ahí, a lo "zorro callao", le atacaban de improviso las imágenes de botellas empujadas al filo de la mesa, enfrentándose a la implacable gravedad y cayendo en cámara lenta hacia el inexorable suelo hasta hacerse añicos y derramar todo su contenido en el suelo; mientras Miguel se echaba las manos a la cabeza en señal de desesperación y se veía a sí mismo lamiendo el suelo tratando de aprovechar los restos de aquel maná de los dioses (y destrozándose la lengua con los cristales por el camino).

Acunando entre sus brazos la botella sacó tres vasos de chupito de la neverita, levantó la cabeza y Miguel miró a Rodrigo; y, en un acto de extremo altruismo y desinterés personal, sacó un cuarto vaso (por lo que el comité Noruego del Nobel estuvo debatiendo arduamente si incluirlo como nominado para el Nobel de la paz en una de las más controversiales disputas dentro de la organización. Una historia real).

  • Muy bien señores, un momento. Quiero decir unas palabras. Nunca pedí amigos como vosotros, y sé que no os merezco, sin duda fui un hombre terrible en otra vida y el karma no exime a nadie de sus deudas y la fortuna es una perra cruel, como mi ex con lo que yo la quería…; pero es lo que hay, y esta noche vamos a liarla. Porque no se cumplen años todos los días. ¡Por nosotros! –recitaba de memoria Miguel que se había preparado aquel monólogo docenas de veces frente al espejo. Paralelamente, y ayudado por Gonzalo, iba repartiendo un vaso lleno de aquella ambrosía negra a cada uno de los que le rodeaban.
  • ¡Por Migue! –gritaban.
  • ¡Por Mario! –Festejaba simultáneamente Rodrigo que hacía nulos esfuerzos por enterarse bien de las cosas.

Los cuatro brindaron y se llevaron los vasitos al gaznate sin dudar, recibiendo en su cuerpo aquella delicia.

  • ¡Agua, agua! ¡Madre mía como quema esto!
  • ¡Joder que puto asco! Si está caliente. ¡Esto parece un puchero de guindilla y morcilla!
  • Tas lucío machote -¡Habló Juan Basilio para sorpresa de todos!
  • Un cubo, un cubo rápido, que voy a volver a potar.

Juan Basilio no había perdido el tiempo y estaba chupando uno de los hielos intentando refrescarse la boca a la vez que Gonzalo debatía si beberse o no un bote de aceite de motor que había encontrado en el maletero con el fin de quitarse el sabor.

  • Está un poco caliente, pero no está nada mal. Absenta de calidad. Quizás mezclada con ginebra coja un poco más de fuerza. Me voy a echar otro, Mario, ¿no te importa?

Rodrigo, con una sonrisa en el rostro (más símil a la de "It" que a la de un ser humano convencional), se echaba otro vasito de aquella brea demoniaca al tiempo que Miguel bebía a morro de una botella de Kekou kela hasta terminarla de un sólo trago.

  • ¿Qué? ¿Os echo otro chupito a vosotros? –ofreció Rodrigo con una sonrisa cargada de maldad.
  • ¡Los cojones! –contestó visceralmente Miguel con la boca hirviendo y embuchado de refresco a punto de salir a presión por su esófago como si de una cola con mentos se tratara.
  • Vaya panda de sosos me has traído Gonzalo. Venga que tú sí quieres acompañarme.
  • Afff, totusmuertos afff enrevenios –exclamó Gonzalo con la lengua fuera.
  • Ya me lo tomo yo solo, panda parguelas.

Y acto seguido se metió el segundo chupito entre pecho y espalda sin anestesia, sin inmutarse, incluso mostrando un brillo de sincera satisfacción en su mirada. Gonzalo comenzó a potar junto a un árbol a la par que Juan hacía lo que mejor se le daba: Existir sin molestar. Tras regurgitar hasta su primera papilla y viendo el ritmo al que Rodrigo se echaba los copazos Miguel advirtió a Gonzalo con una voz trémula, producto del ardor de su esófago y el rencor que residía en su alma.

  • Yo sólo te advierto que como hoy tenga que acabar en urgencias la tenemos. Avisado estás

La noche era joven y no se detenía ante nada ni nadie. Aquellos chavales después de recomponerse un poco de aquel mal trago y guiados por un Rodrigo que parecía encontrarse en un estado de gracia y ascensión etílica similar al Nirvana o el Samadhi que lo convertía en un sherpa mesiánico, llevando a sus apósteles de la mano hacía nuevos horizontes.

El Nuevos Horizontes era la discoteca de moda en aquellos años y las colas que se montaban nada tenían que envidiar a la de la familia Vidal. Mas Rodrigo envalentonado por Baco no parecía mostrar dudas acerca del destino de aquel variopinto grupete. Incongruentemente con la ingesta recibida, el único que parecía ser capaz de mantenerse recto era Rodrigo. A Juan de hecho le costaba horrores mantener los dos ojos abiertos simultáneamente y Miguel parecía haber olvidado lo que era pestañear.

  • Shhh, Gonzalo, límpiate esa manchita que tienes que estar guapo para los porteros.
  • ¿Qué manchita?
  • La de la camisa.
  • ¡Ostias! Te has desgraciado la camisa, si tienes hasta un tropezón de la cena -gritó Miguel consiguiendo ganar la atención del gentío. Un viandante comenzó a señalar al lema "Si es el primo del Bulbasaur", al cual se le unieren unos cuantos más como si estuvieran viendo una celebridad viviente.
  • No me jodas, ¿to cuándo a sio? ¡Mi madre me va matar! -La camisa estaba para echarla directamente al contendor de residuos orgánicos, o en su defecto, y preferentemente, un cubo de residuos biopeligrosos.
  • Nada, nada. Ten, ponte mi chaqueta por encima y ciérrate bien que ni se nota.
  • ¡Qué es la de bautizos, bodas y comuniones!
  • Así, bien cerradito. Un Don Juan. Si fuera julandrón te comía tol boquino. Bueno el boquino no que has potado hace un rato. Un abrazo con toqueteo de culo.

Si bien la chaqueta daba el pego, Gonzalo atufaba a vómitos, alcohol, un ligero toque a curry y a desodorante barato de supermercado.

  • Ya veréis, os juro que esta noche ahí dentro vamos a triunfar como los rebujitos.
  • Los chichos, se dice los chic…
  • Enga, seguirme y calladitos que yo me he manejado con muchos relaciones púbicas.
  • Públicas, las púbicas son las del chocho y alrededores –volvió a corregir Miguel que comenzaba a dudar de la integridad de las capacidades intelectuales de su autoproclamado líder.
  • Mira que guarrete el Mario, ya pensando en golosinas –dijo Rodrigo dándole una cachetada.
  • ¿Alguien conoce una tintorería 24 horas? ¿O de urgencia?
  • Seguirme, que me vais a ver torear al miura del portero. Y Mario, has el favó de meter tripa.
  • ¡¿Qué dizé chalao?!

Rodrigo comenzó a tirar del brazo de un Gonzalo que no se resistió pues parecía concentrar su intoxicada consciencia en zozobrar acerca de la camisa. Decididos llegaron hasta la puerta de la discoteca donde, ignorando por completo la cola que se había formado (una marabunta de hombres y alguna señora mayor con pinta de casada malfollá con al menos tres hijos conflictivos), fueron directos hacia el portón vigilado por una criatura proveniente de Hobbiton; el portero, un extraño híbrido entre Stalone por lo ancho y Tyrion Lannister por lo alto, con una camiseta negra marcada que debía haberse comprado en una tienda Mayoral.

Rodrigo se arregló la manga de su camisa y poniéndose de cuclillas comenzó a soltarle algunas perogrulladas. Al portero pareció no hacerle ni puta gracia lo de las cuclillas, aun así se mantuvo sereno. En un principio este siguió reacio ante la argumentación caótica y algo atropellada que Rodrigo parecía estar soltándole, no obstante tras unos minutos la balanza parecía ponerse definitivamente en contra de Rodrigo y la gente de la cola comenzaba a abuchear y a cagarse en santas madres y personas difuntas. Finalmente Rodrigo susurró algo al oído al portero al que se le abrieron los ojos esbozando una amplia sonrisa. Un instante después dejaba pasar a nuestros queridos protagonistas. Rodrigo entraba llevándose del brazo a Gonzalo mientras le confesaba que se le había dormido el culo de tanto estar agachado. Durante todo este trasiego Juan Basilio había desaparecido; Miguel rastreó el horizonte y tras un leve, levísimo, amago de búsqueda desistió y siguió a Rodrigo y Gonzalo al interior.

  • Espérate, ¿y la propinita?

El portero le había agarrado de la cintura firmemente y le estaba mirando desde su metro veinte de altura.

  • ¿Propina?
  • Sí, tu colega me ha dicho que me darías una buena propinilla. Por dejaros entrar. Ya tú sabes –indicó echándose la mano a un bolsillo del pantalón donde precisamente no debía llevar piruletas.

Parecía que Rodrigo por fin había logrado pasarse el juego de ser un pedazo de gilipollas pensó acertadamente Miguel.

  • ¿Veinte eurillos?
  • Amó a vé, que menos que cincuenta pavos.
  • Ni pa ti ni pa mí, treinta que tú gastas menos en ropa. Es un trato justo.
  • Cincuenta y no te meto con el taser entre los huevos.
  • Toma anda, toma. Al menos me darás una consumición gratis. Un vaso de algo. Bueno si me lo das tú será un chupito.
  • Me vas a dar otros diez napos, por gracioso.
  • Es que lo más pequeño que tengo es uno de veinte.
  • ¿Lo de pequeño va con segundas?
  • No, no, no seas mal pensado. Tienes que estar a la altura de las circunstancias. –La mala copia de Ewook decidió contestar encendiendo un segundo el Taser.

El sonido eléctrico penetró con fuerza en los tímpanos de Miguel. Era una violación acústica de su virginal ano. Él quería seguir teniendo su ano normal. De hecho, bastante anormal sí que era.

Hurgó la cartera, que se estaba quedando anémica aquella noche y le dio a aquel chantajista lo que pidió mientras usaba su desvigorizada voluntad en no soltar ninguna gracieta más por la boca. "Debí haberle hecho caso a mi tío" pensó Miguel, si se hubiera ido de putas por su cumpleaños seguro que le hubiese salido más barato.

  • Ten los veinte, que no quiero follones. Tos pa ti. ¿Puedo pasar?
  • Anda, entra que ya me estás dando pena.
  • Si es que en boca cerrada no entran moscas –murmuró para sí.
  • ¡¿Qué dices?!
  • Que paz para los hombres de buena voluntad, y salud para tus hijos.
  • Ah. Bueno…

En el interior de la discoteca no le supuso una gran dificultad encontrar a sus colegas; a pesar del pestazo a tabaco y sudor era fácil seguir el rastro de olor cáustico que Gonzalo trazaba. Siguiendo el poder de la costumbre todos sus compañeros habían encontrado un lugar cómodo en la barra donde anclados, como las pinzas sujeta manteles de un merendero de barrio a las mesas cojas del todo a cien, se seguían poniendo tibios a bebidas espirituosas. Extrañamente allí estaba también Juan Basilio el cual había usado sus superpoderes para entrar por la puerta sin llamar la atención y, totalmente ignorado, cruzó el umbral sin más perturbación. Miguel fue a encararse con Rodrigo para discutir el tema de sus estrategias de negociación con el portero, pero este se dirigía con dos copas en las manos y sin dejar reaccionar a Miguel le entregó una al son de un "Venga, que a esta te invito yo. Pelillos a la mar" (¡Qué asco!, todo el mar lleno de pelos, va ir a la playa a veranear su puta madre). La noche continúo y el alcohol seguía haciendo mella.

Gonzalo rápidamente se ofreció a Miguel para que le acompañase a un (otro más) cacharro. Resulto ser una trampa y en cuanto Miguel se puso al alcance comenzó a contarle sus penurias, que eran muchas y muy reiterativas. Había entrado sin remedio en la fase depresiva de la borrachera. Rodrigo había desaparecido y Juan Basilio podía estar delante de sus narices que aun así era indetectable para los sentidos.

  • Cabesa, soy un fracasado. Y mi madre me va a matar. ¡Mira la camisa!
  • No hombre. Gonzalo, si tú eres un tío de puta madre.
  • ¡Pero si un tatarabuelo mío se apellidaba "Fracasado", literalmente!
  • Casualidades. El segundo apellido del primo hermano segundo de mi madre se apellida "Rico" y en mi casa guardamos los sobres abiertos de kétchup con una pinza. Tú no le des más vueltas.
  • Tengo la prueba definitiva aquí, en mi cartera, mírala.
  • ¡Ostias! ¡Qué fea es tu madre!
  • La foto no, cojones. Mira, el condón.

Miguel remojó el gaznate y echó mano de aquella reliquia de coleccionismo histórico; catorce del once de dos mil tres, casi cuatro años llevaba aquel condón impoluto. Comprobó el material y tras una detenida inspección dedujo que se trataba de látex moderno y no de papiro.

  • Enga, enga, yasta, n'ostés triste. Otra copita más y nos ponemos a bailar.
  • Yo las pido –manifestó Juan a sus espaldas.
  • ¡Qué susto coño!

Por suerte las neblinas fueron apoderándose de los recuerdos, haciendo más amena toda la chapa pesimista que Gonzalo le estaba arrojando encima, y las horas comenzaron a pasar a un ritmo frenético. Nadie parecía comerse un colín con el género femenino, ni siquiera con un travesti algo vicioso que solía frecuentar el local y que era bastante conocido en el colectivo del centro. Así que finalmente ocurrió lo inevitable, comenzó a entrar una gusa de tres pares de cojones y los tres colegas decidieron (con un Juan Basilio cuya única aportación estelar fue un "Yo me apunto") buscar algún kebab nocturno en el que dar rienda suelta a sus intestinos.

Sin embargo al salir a la calle su sorpresa fue mayúscula. Allí, contra un escaparate y con un vaso de cristal en la mano Rodrigo discutía airadamente con dos chavales de la etnia cíngara. Inevitablemente alguien había mentado a la madre de alguien, otro alguien le había pegado un buen empujón y finalmente el último alguien había comenzado rebatir los argumentos del otro alguien, en concreto con un mini bate de béisbol de 30 cm de madera de auténtico nogal.

Tal y como Rodrigo rememora los gitanos debían tener antepasados japoneses pues parecían ser poseedores de ancestrales conocimientos de artes marciales, propinando golpes tan rápidos como el rayo y picando como las abejas; pero lejos de amedrentarse Rodrigo, impasible ante sus rivales, según cuenta él mismo cabe recordar, comenzó a esquivar los golpes que le llegaban con el garbo y la agilidad dignas de Neo en Matrix, imitando, según él, la mítica escena donde esquivaba balas como si estuviese jugando al limbo; todo ello sosteniendo en perfecto equilibro el vaso para que no se derramara nada; por su parte sus enemigos con sendas volteretas le rodearon, recordaba Rodrigo cada vez que lo contaba, y Rodrigo detenía aquellos brutales golpes usando únicamente el dedo corazón bien estirado a la par que protegía su vaso permitiéndose el lujo de echarle algún traguito por el camino (recordaba Rodrigo, por si no lo estoy dejando bastante claro). Finalmente el portero había decidido por el bien de los calés disolverlos antes de que Rodrigo entrara en modo berseker. Rodrigo obtuvo 10.000 puntos de Exp. y subió al nivel 15.

Lo que en cambio Miguel, Gonzalo y Juan Basilio recuerdan (o creen recordar porque bien tajaditos que iban los prendas) era ver a Rodrigo recibir una somanta de ostias mientras este pegaba aspavientos al aire hasta que la miniatura de portero decidió poner algo de tranquilidad entre los calés. Lo que en ambas versiones coincidían era en el equilibrio del vaso de tal forma que ni una gota fue derramada en vano.

Dejando la gula a un lado, Gonzalo y Miguel recogieron a Rodrigo del suelo y lo llevaron hasta el aparcamiento donde lo acomodaron en uno de los asientos, el ojo izquierdo se le estaba comenzando a hinchar y a su camisa le faltaba toda la manga derecha. Para cuando se dieron la vuelto Rodrigo comenzó a decorar el suelo con un mejunje negro mezcla de vómito, sangre y tropezones medio digeridos.

  • Puah, chaval, creo que me he mareado un poco con la refriega –afirmó Rodrigo mientras se limpiaba la boca sin ningún tipo de consideración con el peluchito en forma de mono azul que la hermana pequeña de Miguel solía dejar en el salpicadero del coche.
  • Bien cosido que vas, eso es lo que pasa.
  • Tonterías Mario. Ten aguántame esto. –Arrojándole a las manos el peluche todo embabeado. Miguel lo dejó caer.
  • ¡¿Qué haces?!
  • Coño, quitarme el sabor a pota de la boca, como es natural.

Rodrigo en un alarde de inteligencia sin igual se estaba sirviendo en el vaso un lingotazo de absenta negra hasta llenarlo por completo, sus 310 ml (o el vergazo de cierto actor mítico). Sin dudarlo se lo bebió de un sólo trago. Gonzalo y Miguel se quedaron con la mandíbula desencajada. ¿Era así de tonto antes o la paliza le había producido una contusión cerebral severa? Juan Basilio volvió con un kebab en la mano y las manos pringadas de aceite. Rodrigo se echó un segundo vaso, hasta que la botella de carísima absenta finalmente quedó vacía. Dio unas suaves sacudidas tratando de exprimir hasta las últimas gotas que aún quedaban.

Miguel miró con profundo aborrecimiento, animadversión, antipatía, asco, aversión, desagrado, desdén, desprecio, encono, enojo, inquina, irritación, malaje, ojeriza, perfidia, rencor, repudio, repugnancia, repulsión, resentimiento, saña y tirria a Gonzalo (porque llamarlo llanamente odio era quedarse muy corto). Aquella botella que debía durar eones brindando con sus chupitos cumpleaños tras cumpleaños hasta que la próxima generación la heredara como una reliquia consolidándose como una tradición que la familia respetaría y honraría. Mas el destino parecía tener otros planes y aquel engendro antropomorfo que acababa de conocer se la había ventilado casi sin pestañear.

  • Ahora sí me siento de lujo. Menos mal.
  • Otro te vas a beber chalao perdío.
  • Que sí, que esto ta mu suavecito, además a mí me gusta vivir al límite.
  • Sí, al límite de mi paciencia.
  • Pal buche, que esto limpia.

Diez minutos después Rodrigo estaba redecorando los bajos de un Citroën Xsara con pintura negra y más tropezones. Miguel ofició una improvisada ceremonia por la botella de absenta ofreciéndole un digno reposo en el fondo de una papelera y perjurando que algún día Gonzalo le pagaría aquella afrenta.

  • ¿Qué os jugáis que me follo a esas dos guiris de allí?
  • ¿A quién le hablas Rodri?

La pregunta estaba bien traída pues Rodrigo le estaba hablando al cartel de un escaparate de un señor que vendía máquinas de coser. Sin esperar respuesta Rodrigo fue confiado hacia dos chavalillas rubias con toda la pinta de extranjeras que se fumaban desprevenidas dos porros en un portal.

  • Me juego diez pavos a que le mandan a la mierda en dos minutos –anunció Miguel.
  • Ni idea, si llega a los 20 segundos mucho es. Voy a sacar el cronómetro del móvil.

Segundo 1.

  • Hello girls, do you have smoke?

Segundo 2.

  • Fuck off asshole.

Segundo 3.

Una de las chicas le tira una colilla a la cara dándole en el ojo que tenía hinchado.

Segundo 4.

La colilla hace interacción con el alcohol que empapaba la camisa y esta prende.

Segundo 5.

Guiris usaron cuerda huida.

Segundo 6.

Borracho se tira a rodar al suelo mientras grita dejándose los pulmones. La camisa está completamente prendida en llamas.

Segundo 7.

  • Putos niñatos a las tantas armando alboroto. A la mili los mandaba yo a todos.

Segundo 8.

Un cubo de agua y lejía se precipita desde un balcón dando de lleno a Rodrigo. Las llamas de la camisa se apagan.

Segundo 9.

Un segundo cubo con arena de gato se precipita desde el mismo balcón. Vuelve a impactar de lleno a Rodrigo.

Segundo 10.

Rodrigo no se levanta. Tiene un excremento de gato en el pelo.

Y el premio Julio Iglesias de 2005 y premio Julio Iglesias Padre en 2007 por toda una carrera como aclamado seductor e implacable ligón es para, redoble de tambores por favor: Rodrigo Navarro Ortega.

  • Me parece que gano yo -apuntó sonriente Gonzalo-. Me he acercado más. ¡Y sin pasarme!
  • Yo paré de contar tras el "Fac of".
  • Creo que Rodri está muerto.
  • No caerá esa breva. Mira como respira. ¡Juan deja de jugar al escondite que nos vamos!

Los tres chavales recogieron a Rodrigo del suelo al tiempo que este había comenzado a roncar, lo montaron al coche y su respiración supuraba etileno hasta el punto de desinfectar todo el interior del vehículo. Con Miguel al volante pusieron rumbo, las calles serpenteaban y los semáforos parecían brillar con todos los colores de la bandera del orgullo gay.

  • ¿Estás bien para conducir? –preguntó con sincera preocupación Gonzalo.
  • Tú mejor cállate, cállate y guíame que a este lo soltamos en su casa, ¡pero ya!

Con las dubitativas indicaciones de Gonzalo, pues este parecía rectificar constantemente el camino, se dirigieron hacia la casa de Rodrigo (no sin antes realizar una necesaria parada en el autoking a comprar una docena de hamburguesas de un euro, un par de bollycaos y pedir como un kilo de toallitas perfumadas de limón que Gonzalo utilizó, inútilmente, para tratar de limpiar su propia camisa). Con seguridad Gonzalo señaló la primera casa de un grupo de chalets adosados. Comenzaba a amanecer y las putas volvían a su casa tras una dura jornada de trabajo.

  • Que ya hemos llegado princesita.

Rodrigo contestó con un ronquido. Miguel se bajó del coche trastabillando con la acera y casi comiéndose de boca una farola, abrió la puerta de atrás y con la ayuda de Juan sacaron a rastras a la cenicienta hasta la puerta de su casa, aún tenía el excremento del gato enredado en el pelo. Tocaron el timbre y echaron a correr hacia el coche. Miguel le pisó al acelerador rosándose con un coche que estaba allí aparcado. Dos curvas después Miguel dio rienda suelta a su mala suerte congénita; porque mira que hay que tener mala suerte para que un imprudente árbol del género de los Oxidendros colisionase contra el coche; y encima el árbol, en su desfachatez, iba sin seguro.

Y esta fue la historia de como Miguel conoció a Rodrigo, y de como se quedó durante dos años sin carnet, sin coche (hasta que adquirió el flamante Fiat uno blanco) y, tras recibir la alegre noticia su progenitor, le dejaron marcada una cicatriz en el culo con la forma de la hebilla del cinturón favorito de su padre que le duraría toda la vida.

[1] Se parte y se monda.

[2] El don innato para estar de Juan Basilio convierte en misión imposible escribir su propio flashback, puesto que este ente simplemente se da por dado, siendo lo más parecido a un Dios que la humanidad ha podido llegar a conocer; sin embargo en caso de existir dicho flashback sería algo tal que así: "Miguel pestañeó y de repente Juan Basilio apareció, como análogamente (por acontecer en un momento que viene como el culo) ocurre con hacienda al cumplir los veinte, con las pelotillas en los huevos o una expareja el mismo día que tu novia la esquizoparanoide celosa está con la regla."


Autor: Miguel Acosta Camacho. 




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